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   Bogotá D.C., Mayo 10 de 2025
 
 
 
 

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OTRAS FORMAS DE PEDAGOGÍA
“¿Algún profesor podría destinarle una de sus 30.000 horas de clase a la cuestión más importante de todas?”
El trabajo central de la pedagogía de todos los tiempos es precisamente definir las cuestiones importantes para enseñarle a nuestros niños y jóvenes. Es necesario priorizar, pues es imposible enseñar todo, a pesar de Comenio.

Cada cultura le destinó miles de horas a decidir qué sí y qué no enseñarles a sus muchachos. Tema en donde los métodos eran un asunto secundario. Los atenienses eligieron formar demócratas, los espartanos guerreros, los coreanos educar los mejores estudiantes del mundo actual… lográndolo.

Y para nosotros, ¿cuál es la prelación educativa? ¿Cuáles son las cuestiones centrales para enseñarles a nuestros hijos? ¡Ni idea! A pocos educadores, sindicatos o pedagogos les interesa este tema; se híper concentran en discutir el tema muy secundario de las didácticas.

Mucho menos le interesa al Ministerio de Educación, que luego de decretar los estándares para todas las áreas –y concretar así su ideal, no dicho y el suyo, optó por la estrategia del avestruz: jamás volver a revisar esa decisión fundamental. Central. Y ante los vacíos de los estándares avala las áreas transversales. Que ni son áreas curriculares, ni las dicta ningún profesor, ni ocupan ningún espacio ni tiempo. Sólo existen como declaración de intenciones, saludos a la bandera, para nada en la realidad educativa.

Durante siglos la ocupación central de los profesores y de las escuelas occidentales fue impartirles conocimientos a sus estudiantes. Era este el sentido de la escuela industrial y de la educación en general. Su precursor, el maestro Comenio, fundador de la pedagogía industrial, en su Didáctica Magna de 1630 no deja la menor duda de esta finalidad con su precepto: “Enseña todo a todos”. Precepto que hoy rige prácticamente el quehacer educativo mundial, con sus dos ideas inmodificables de calidad educativa –que todos sepan más– y de ampliar la cobertura, que todos lo sepan.

Desde comienzos del siglo pasado se escuchan voces de protesta, las primeras y más fuertes venidas de las pedagogías activas. Cuestionan a la escuela industrial volcada a transmitir conocimientos académicos, en su mayoría sin ninguna función ni papel en la vida cotidiana y real de los estudiantes; sólo útiles para sobresalir en la escuela misma. Contra la cual propusieron una formación orientada a hacer mejores seres humanos, muchachos alegres, amables, entusiastas, comprometidos.

Y si bien demasiados padres de familia estarían de completo acuerdo con este ideal educativo, ¿de qué sirve entonces sobresalir en el colegio si se fracasa en la vida como ser humano? En su momento se carecía de los conocimientos de la psicología afectiva y de la psicología positiva de la felicidad para darle a esa teoría un cuerpo sólido. Y naufragó.

La segunda mitad del siglo pasado hubo conciencia de un hecho crucial: ¿de qué sirve que nuestros estudiantes sepan tantos conocimientos, si en verdad no los comprehenden, sobre todo porque no dominan operaciones intelectuales que les permitan hacer inducciones, deducciones, extrapolaciones creativas con ellos? Menos en la era Internet, cuando tales conocimientos quedan a una mano de distancia.

La conclusión obvia es que a cambio de simples y desnudos conocimientos, que atiborran su cerebro para luego ser olvidados, se les debe enseñar instrumentos de conocimiento (nociones, conceptos, categorías) y operaciones intelectuales. Tesis en la cual coinciden prácticamente todas las pedagogías posteriores a la segunda guerra mundial. Se trata de privilegiar los instrumentos y las operaciones mentales sobre los conocimientos de las áreas –obsesión del Ministerio–. Así tiene que ser.

Claro, un muchacho que comprehende en verdad los conceptos centrales de las disciplinas, y domina con fluidez las diversas operaciones mentales, es un joven no sólo educado, en el sentido industrial, sino formado intelectualmente. Con dos ventajas enormes sobre los sólo educados.

Sin embargo, este dominio intelectual nada garantiza que estos nuevos ‘aprehendices’ lleven buenas vidas, en el sentido humano y profundo de la palabra. La vida que todos ellos deberían llevar ha de ser apasionada, comprometida y con gran sentido. Pues falta orientarlos en el asunto que considero –de total acuerdo con la esfinge de Delfos– el asunto central de todos, sin el cual todo lo demás es secundario: ¿Quién soy yo?

¿Algún profesor podría destinarle una de sus 30.000 horas de clase a esta cuestión?



Fuente: Miguel de Zubiría Samper, en http://rediberoamericanadepedagogia.com/index.php?option=com_content&view=article&id=58

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